La música siempre ha sido una parte fundamental en mi vida. Vaya por delante que no entiendo un carajo en el plano teórico y soy un completo inepto con cualquier instrumento. Todos tenemos alguna espina clavada, esa es la mía.
Sin embargo, eso no ha impedido que desde que tengo uso de razón le dedique una cantidad ingente de horas a escuchar música de todo tipo. Nueva y vieja, versiones originales y covers, mainstream y alternativa, desde clásica a techno hardcore. Pasando por todo lo que hay en medio.
Más tarde con la prima Noemía en Alegría, escuchando los primeros CDs (en casa no teníamos lector de CD), y por último con la prima Ana, en el chalet de su hermana Marian.
Hay una banda sonora para cada uno de esos momentos en mis recuerdos. Duncan Dhu, U2, Meat Loaf, Green Day...
Pasaron los años, terminé el cole y entré en la universidad. Finales de los 90 y principios de los 2000. Una explosión de talento creativo al ritmo de Rammstein, System of a Down, Eminem o Slipknot y muchas horas de proyecto de fin de carrera con el Besos de perro de Marea. También Dover e incluso Fresones Rebeldes (aún hoy escucho Al amanecer con frecuencia).
Hubo dos personas sin embargo que, por motivos que no alcanzaría a entender hasta muchos años más tarde, conectaron conmigo de manera especial. Keith Flint y Chester Bennington.
Es tremendamente difícil destacar un sólo tema de un album tan redondo como The Fat of the Land, donde prácticamente todas las canciones se han convertido en himnos generacionales; pero sin duda hay uno de ellos fijado en el imaginario colectivo. Un tipo en un ¿tunel?, un jersey que no te pondrías en carnavales y un peinado imposible. Y los ojos claro.
Flint no sólo dió un paso adelante cambiando la dinámica creativa del grupo para siempre, sino que nos dejó para la posteridad un videoclip que transmite tanta fuerza y carisma en el plano estético que lo eleva al mismo nivel de la propia canción.
Linkin Park pegó muy fuerte aquellos años, y claro, hubo mucho indocumentado que enseguida los catalogó de flor de un día. Con esos pelos de punta y ese CGI que tan mal ha envejecido en el videoclip de In the end.
Sin embargo si se escarbaba un poco se encontraba un talento creativo de primerísimo nivel en Mike Shinoda y Joe Hahn. Letras cargadas de significado, una producción excelente, y una mezcla de estilos magníficamente afinada.
Nada había que escarbar con Bennington. Ese cuerpo delgado, casi consumido, esa imagen frágil y atormentada, escondía una de las voces más emblemáticas de la industria, capaz de pasar de un suave susurro al grito más descarnado, acompañado todo ello de un palé de carisma. 25 años después Numb sigue golpeándote como un trailer.
Yo nunca conocí a Flint y Bennington, claro está; pero siempre fueron personas tremendamente cercanas para mí. Como si fueran de la familia. Siempre pensé que ellos dos se hubieran sentado conmigo en el suelo de la cocina de la abuela Antonia.
Cuando fui creciendo y después madurando entendí que ellos eran, en esencia, dos compañeros de viaje. Dos tipos que sufrían como yo sufría, que le cantaban a los mismos demonios que muchas veces yo también llevaba dentro. Ellos trataron de conjurarlos de ese modo, otros seguimos trabajando en ello; una tarea que tiene pinta de no terminar jamás.
El primo Luis no consiguió conjurar a sus demonios. Chester Bennington y Keith Flint tampoco lo consiguieron.
De 1992 sólo recuerdo negrura y desconcierto. Hoy sin embargo pienso que la explicación para estas situaciones es demoledoramente sencilla y tremendamente complicada al mismo tiempo. Sucede que llega un día en el que simplemente es imposible soportar tanto sufrimiento. La naturaleza de ese dolor es, por lo general, muy difícil de explicar e imposible de entender.
Los demonios no se sientan con nosotros a la mesa familiar los domingos. No vienen a tomar ese café de la tarde con tus padres. Los demonios se nos aparecen por la noche cuando todo el mundo duerme. Eso lo sabía muy bien el primo Luis, también los sabían Bennington y Flint.
Cuando una banda pierde a uno de sus miembros siempre es un drama; pero sería deshonesto decir que la consecuencia de dicha pérdida es siempre equiparable. The Prodigy y Linkin Park sufrieron sendos impactos catastróficos en la línea de flotación. ¿Quien tiene los huevos de subirse a un escenario a interpretar Firestarter tras haber enterrado al firestarter? ¿Cómo reemplazas en Numb una voz que es a la vez reconocida en todo el mundo y completamente irremplazable?
La respuesta es, de nuevo, demoledoramente sencilla y tremendamente complicada. No puedes hacerlo. Durante un tiempo hubo muchas dudas, sobre todo con Linkin Park, y llegué a pensar que ambos grupos desaparecerían. No ha sido así, y eso es una gran noticia.
The Prodigy ya no tiene al firestarter. Decidieron que no se podía sustituir algo que es insustituible, así que no lo intentaron. Han seguido adelante, como quien aprende a caminar sin una pierna, o a hacer la comida con un sólo brazo.
En directo rinden homenaje a Flint con un montaje de infografía y sonido original cargado de bueno gusto. No olvidan su pasado; pero consiguen dar un paso adelante y suenan muy bien. Maxim hace un gran trabajo y Liam sigue siendo Liam.
A veces se trata simplemente de llegar al final del día. Tenemos que reconocoer que Escarlata O'hara lo clavó.
Linkin Park lo tenía aún más complicado si cabe. No es casualidad que se tomaran tantos años antes de hacer un movimiento. No había hombre en la tierra que pudiera cantar a la sombra de Chester Bennington. Las comparaciones iban a ser eternas y muy poco favorables. La calidad técnica iba a ser lo de menos, no iba a ser Chester. Punto.
En esta coyuntura Linkin Park publicó un nuevo disco a finales de 2024. El primer tema del álbum se cantó en directo en un livestream de la banda. Sonaron unos acordes inciales, escuchamos unos versos en voz de Mike, y cuando parecía que este iba a ser el nuevo Linkin Park, Mike Shinoda cantando en solitario, se presentó allí Emily Armstrong, una persona desconocida -al menos para mí- y se marcó una actuación espectacular.
Pero no era Chester.
Los indocumentados siempre tienen algo que decir, así que no tardaron en aflorar voces críticas sobre una gran variedad de temas. Sobre Emily, sobre el pasado de Emily, sobre lo que Emily hace en su tiempo libre, sobre los temas nuevos de Emily, sobre los temas viejos con Emily...
Armstrong, que por encima de todo es una profesional como la copa de un pino, se limitó a aparecer en concierto tras concierto, video tras video, y quedó patente que Linkin Park había optado por un renacer (no en vano el disco se llama From Zero), siendo absolutamente respetuosos con en legado de Chester pero sin renunciar a la identidad del grupo y, al mismo tiempo, abriendo la puerta a algo nuevo.
Es verdad, tenemos tan interiorizada la voz de Chester en los temas clásicos que al principio cuesta un poco hacerse a la versión de Emily; pero ella se acerca a estos temas con un tacto extremo, casi con reverencia, de modo que su versión va ganando empaque y suena francamente bien.
Por otra parte, los temas nuevos son excelentes -mi favorito sin duda Up from the bottom- y en ellos Emily está en estado de gracia. Irradia carisma y buen hacer.
Es maravilloso verle saltar por el escenario, gritar durante 15 segundos seguidos, tocar la guitarra, vacilar a sus compañeros, y todo ello cantando con una voz que es un híbrido entre angelical y demoníaca.
No sabemos si Emily Armstrong será nuestra nueva compañera de viaje. Es demasiado pronto para afirmarlo sin reservas. A mi sin duda me lo parece.
Cuando le veo disfrutar cantando canciones nuevas y viejas, con esa pinta que tiene de ser la mayor fan de su propia banda, veo a alguien cercano. Una suerte de familiar al que nunca conoceré; pero con quien seguir conjurando demonios, con quien llegar al final del día.
Estoy seguro de que Emily Armstrong se sentaría con nosotros en el suelo de la cocina de la abuela Antonia.

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